Corría el año 1990 cuando llegué a la antigua sede de Ciparh de la calle Valverde. En ese momento tenía delante de mí dos grandes retos:
El primero era superar el miedo a montar en aquel tétrico ascensor digno de una película de Hitchcock o Béla Lugosi.
Y el segundo no menos terrorífico… una entrevista “tipo ronda” por el equipo del momento, que iba a evaluar mis cualidades para el puesto de secretaria (al que llegué gracias a Annie, que me conocía y pensó en mí).
¿Sabéis cómo fue la entrevista? Pues, cómo iba a ser… muy gestáltica.
No podía ser de otra forma. Tuvieron piedad de una chica de 22 añitos con poca experiencia. Fueron benévolos. La entrevista fue corta. Y enseguida me preguntaron ¿que cuándo podía empezar?
Al día siguiente ya estaba allí. Y esas siete personas: Paco, Annie, Águeda, Enrique, Pedro, Tessa y mi querida Dalia; se convirtieron en algo más que mis jefes.
Empecé por las tardes a media jornada para poder compaginar mis estudios de Turismo. Pero me enganchó tanto este trabajo, que dejé la carrera. No me arrepiento, sea dicho. Este trabajo me llenaba totalmente y no el de “florero” como azafata de congresos. ¡Qué alivio!
Durante el primer año sólo administraba Ciparh, pero al año siguiente empezó la nueva aventura de la Escuela. Poco a poco mi trabajo fue tomando más responsabilidades y dedicación a jornada completa. Y en aquel mini espacio, con un teléfono y una antigua máquina de escribir electrónica, que tan amablemente Tessa me proporcionó, fuimos organizando las primeras promociones de alumnos.
Durante mucho tiempo he llevado, a la par, la secretaría de Ciparh y de la Escuela. En 1994 nos trasladamos a la nueva secretaría de la calle Corredera. Y fue allí, donde más adelante conocí a mis nuevos compañeros y compañeras. Con Amor y Lola se creó además un vínculo de amistad y confidencia especiales. Ellas siempre han estado ahí a la hora de compartir mis alegrías, miedos e inseguridades diarias.
En 2005, tras nacer mi hija Sarah, me dediqué en exclusividad a la Escuela.
Y aunque me resultó difícil desligarme de Ciparh… emocionalmente fue y es imposible.
Y así, año tras año sigo cogiendo experiencia, gracias al apoyo de cada uno de ellos. Sus maneras y manías personales (todas ellas diferentes) han ampliado mi visión de la vida y del trabajo.
Todos ellos, en sus exigencias, preferencias y habilidades, me hacen ser mejor profesional y persona. Paco (serenidad y practicidad), Annie (perseverancia y afecto), Águeda (tenacidad y cariño), Enrique (control y sentido del humor), Javier (espontaneidad y fuerza) y Amor (alegría y paz interior).
¡Agradezco tanto estar aquí!… (suspiro). Y es que: ¡¡me encanta mi trabajo!!
Gracias Paco, Annie, Águeda y Enrique, por seguir confiando en mí.
Gracias mis queridos alumnos, por vuestras muestras de cariño y agradecimiento.
Susana Jiménez Blanca
Madrid, 16 de noviembre de 2016.
Linda Susana… Gracias siempre por tu cercanía y resolución 😉
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Gracias Susana!
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